lunes, 31 de marzo de 2014

Doce estaciones donde apetece perder el tren

Una buena parte de las terminales del siglo XX constituyen el legado civil más importante y rico del patrimonio español



Las estaciones de tren fueron el gran acontecimiento del siglo XIX y principios del XX, como lo son ahora los aeropuertos, y un bocado exquisito para los ingenieros y arquitectos mejor cotizados. No son solo objeto de paso o estacionamiento de trenes, sino que representan el sentir de una sociedad. Monumentales, eclécticas, funcionales, constituyen uno de los patrimonios más importantes de nuestra herencia arquitectónica y principal capital inmobiliario civil de nuestro acervo. Estas son doce de las construcciones más representantivas, pero la geografía española cuenta con una de las dotes ferroviarias más importantes del mundo.


1. La Concordia

Obra del arquitecto Severino Achúcarro, la estación de Santander de Feve fue inaugurada en Bilbao en 1902. Es un edificio muy singular, de estilo modernista, que destaca fundamentalmente por su fachada, en la que se impone un gran rosetón. Junto con el teatro Arriaga, es un punto referente en la zona del Arenal bilbaíno y está considerada como una de las construcciones más genuina del Bilbao de la Belle Époque. Recoge su nombre de unos almacenes donde se alcanzó un pacto amistoso para cerrar un desacuerdo entre los distintos accionistas del primer ferrocarril de la Villa. La terminal está situada en el borde del nuevo Ensanche bilbaíno, a orillas de la ría del Nervión, elevada sobre la misma mostrándose como un balcón sobre el entonces núcleo central de Bilbao, el Casco Viejo, lo que confiere un protagonismo inusitado. Fue cabecera de línea de la Compañía del Ferrocarril de Santander a Bilbao, formado por otras tres sociedades: el del Cadagua, entre Zorroza y Balmaseda; el de Zalla a Solares; y el de Solares a Santander. En su concepción era una estación mixta de pasajeros y mercancías. Achúcarro fue el autor, entre otras obras, del Hotel Terminus, situado en las proximidades, justo enfrente de la Estación del Norte, y que disponía de una pasarela que lo conectaba directamente con la terminal.


2. Aranjuez

Ladrillo rojo visto, con azulejos decorativos y un zócalo de piedra que abarca toda la planta baja, son elementos característicos de un edificio de estilo neomudéjar, más propio de un palacio que de una construcción civil. La estación de Aranjuez es un auténtico monumento. Formada por una nave rectangular y alargada con un cuerpo central más elevado que el resto, donde se encuentra la entrada principal y el vestíbulo, tiene en ambas fachadas la misma composición arquitectónica. El motivo central, quizá el rasgo más característico, es el hastial que acoge en su centro un gran reloj que se sitúa sobre tres grandes arcos. A ambos lados del cuerpo central, se levantan dos naves más bajas, con otros dos pabellones en los extremos que sobresalen del resto. Como otros muchos edificios víctimas de la Guerra Civil, los continuos bombardeos afectaron principalmente a la marquesina y a la cubierta de la estación, por lo que tuvieron que hacerse diversos arreglos, sobre todo en la marquesina por contar con acristalamientos y materiales singulares. Entre 1989 y 1990, al acometerse obras de rehabilitación de la estación, se demolieron los muros de ladrillo, lo que sacó a la luz unos mosaicos de Mario Maragliano que datan de los inicios y que quedaron ocultos durante la guerra.

Foto: Sergio García

3. Canfranc

El elegante edificio pirenaico, entre modernista y art decó, aparece como por arte de magia en medio de la nada, sorprendiendo al viandante, que nunca se habría esperado encontrar tamaña construcción en los duros parajes pirenaicos. La muralla infranqueable (Labordeta definió y cantó "polvo, niebla, viento y sol, y al Norte los Pirineos") deja al descubierto una gran obra de arte (hoy en un estado de semiabandono), una verdadera exageración para la vista y una proeza harto elogiada en cientos de escritos. El complejo ferroviario fue durante muchos años el más monumental del país, aunque la leyenda lo situaba ya por entonces como la segunda estación de ferrocarril más grande de Europa, sólo superada por la de Leipzig. El edificio es un verdadero palacio con tejados de pizarra, escaleras de mármol y apliques art decó. Su construcción exigió diez años de obras y obligó a modelar la ladera del monte con muros de contención y 2,5 millones de árboles, en su mayoría pinos silvestres, para frenar la erosión y evitar así el riesgo de derrumbes y avalanchas de nieve. Sus cifras son mareantes: 245 metros de longitud, 300 ventanas, 150 puertas... El mérito de tan magna obra tiene nombre y apellidos. El proyecto salió de la mano de Ramírez Dampierre, pero la ejecución es obra indiscutible de la bilbaína empresa Obras y Construcciones Hormaechea.


4. Toledo

El francés M. Hourdillée asumió la construcción de este magnífico y espectacular edificio, que costó la friolera de un millón de pesetas, donde se combinan artesonados, yeserías y zócalos del ceramista toledano Angel Pedraza; cerrajería, lámparas y apliques del maestro forjador Julio Pascual Martínez; el diseño de Narciso Clavería, que consigue aunar funcionalidad y estética; y la dirección y vigilancia de las obras del ingeniero de caminos y director adjunto de la compañía, Ramón Peironcely. Representante de la tendencia historicista de la época, concibe una hermosa arquitectura neomudéjar, llena de matices tanto cromáticos como materiales, sin dejar de ser funcional y moderna. El edificio se compone de un pabellón central flanqueado por dos alas laterales de menor altura, en uno de cuyos extremos se levanta la torre del reloj, elemento arquitectónico reservado hasta entonces a iglesias y ayuntamientos, símbolo del auge y la importancia que estas edificaciones adquirieron dentro de las ciudades. El conjunto se completa con otras edificaciones menores, como el muelle de la pescadería, en las que se prolongan los arcos de herradura polilobulados y entrecruzados, los frisos de ladrillo, las almenas escalonadas, las armaduras de carpintería, los alicatados y las celosías.


5. Norte de Valencia

La estación del Norte, que vino a sustituir a otra anterior, vería el comienzo de sus obras en 1907 y se prolongarían diez años. De la mano del ingeniero Enrique Grasset corrió el diseño de la cubierta o marquesina, una gran estructura metálica única sobre apoyos mínimos. La estructura fue suministrada por la acreditada casa madrileña Gasset, trasladada por partes a Valencia y montada gracias a un puente móvil a lo largo de las vías, sobre el cual iba una poderosa grúa para subir y colocar en su lugar las diversos elementos que la completarían. Sus dimensiones superaban a otras de capitales europeas tan importantes como París, Berlín y Viena. Con 15.476 metros cuadrados frente a los escasos 5.000 de la antigua terminal, destacaba un gran y suntuoso edificio de viajeros con la fachada principal en la calle de Játiva. Constituye uno de los mejores edificios de la arquitectura civil y es punto de referencia monumental y representativo de la ciudad. Su estilo se adscribe al movimiento modernista, dentro de la corriente denominada 'Sezesión Vienesa'. Demetrio Ribes utilizó elementos decorativos autónomos y singulares propios del modernismo. Y, como en otros conjuntos, destaca el reloj de bronce, de la compañía Caminos de Hierro del Norte, y su remate, un mundo bajo un águila, la imagen de la velocidad.


6. Francia de Barcelona

Grandiosa estación, fiel reflejo de las centrales europeas en uno de los momentos dorados del modernismo catalán, inspirada e impulsada por Andrés Coret Maristany. Rezagada de otras capitales respecto de estos ‘buques-insignia’ que son las grandes estaciones, Barcelona-Término (mas conocida por el destino final, Francia), es producto del Ensanche de la ciudad condal y del pundonor de la compañía MZA, que hasta el primer cuarto de siglo no pudo dar a la capital catalana una terminal acorde a su importancia. La idea cobró vuelo con el intento de celebrar en 1915 una Exposición Internacional y, aunque la Primera Guerra Mundial trastornó el calendario, se realizó finalmente en 1929. Las prisas por llegar a tiempo se convirtieron en una auténtica lucha contrarreloj, siendo finalmente encomendada por concurso al arquitecto madrileño Pedro Muguruza Otaño, el primer proyectista del Valle de los Caídos. Una de las últimas construcciones ferroviarias de Europa edificadas en ese estilo, tiene un vestíbulo con tres cúpulas de grandes dimensiones. Los edificios envuelven las vías en forma de 'U' y están fabricados con materiales considerados de lujo como mármol y bronce, con vidrieras decorativas. Los andenes situados dentro de la 'U' están cubiertos por dos marquesinas metálicas de 29 metros de alto y 195 de longitud que, en parte, mantienen en curva hacia la izquierda.


7. Jerez de la Frontera

La Compañía de los Ferrocarriles Andaluces encargó a su arquitecto, el belga León Beau, que proyectara la nueva estación jerezana. Este afamado proyectista pensaba que los edificios -además de servir para recibir trenes, pasajeros y mercancías- debían de encajar con los edificios de la ciudad y apostó por uno de piedra y ladrillo de 103 metros de planta a lo largo de las cuatro vías de servicio que acabaría revistiendo con una cubierta metálica. Un edificio para viajeros que en sí que no destacaba de entre los demás. No hay prueba alguna de que lo hubiera llevado a cabo. Sin embargo, se conserva prácticamente intacto el actual edificio de viajeros, cuya construcción fue pareja a la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Si bien la obra ha sido ampliamente atribuida al arquitecto Aníbal González, autor, entre otros, de la plaza de España de Sevilla y del Gallo Azul, algunas fuentes dudan de su participación, máxime cuando su fallecimiento tuvo lugar en 1929. De cualquier forma, la construcción combina el historicismo del estilo renacentista con elementos mudéjares, especialmente presentes en el apartado ornamental, y regionalistas. La fachada principal está formada por un cuerpo central que en su parte baje sirve de acceso al recinto gracias a tres grandes vanos realizados con arcos de medio punto y flanqueados por pilastras. La parte superior da lugar por su estructura a una torre que alberga el reloj principal de la estación. Hay otras cuatro, dos escoltando la central y otras dos en cada extremo del edificio. Destaca la unión de elementos como la piedra y el ladrillo, de la rejería y de azulejos.


8. Puebla de Sanabria

La voluntad de unir Madrid, vía Medina del Campo, con Vigo por el camino más corto posible es antigua y apareció plasmada en anteproyectos del último tercio del siglo XIX. Sin embargo, "dificultades enormísimas" que superaban incluso "las de la bajada del puerto de Pajares en Asturias" posponían sine die este propósito. Las obras comienzan a finales de 1927; se construyen al mismo tiempo los retretes, la lamparería, los muelles, los cuartos de agentes y los edificios de servicios, y no se interrumpen hasta su finalización, en 1933. Las vías, sin embargo, tardarían varios años. Se inaugura en 1952 con la puesta en marcha del tramo Zamora-Puebla de Sanabria de la línea Zamora-La Coruña, vía Orense. El edificio es una clara muestra de la arquitectura de la zona, con estructuras realizadas con grandes sillares de piedra y amplios tejados de pizarra de varias vertientes. Hay grandes dudas sobre el arquitecto. En varios documentos figura José Luis Tobar Bisbal, aunque en Renfe aparece como ingeniero de la línea. La empresa contratista fue MZVO, que, a través de la Sociedad Constructora Ferroviaria, desarrolló varias obras en gran parte del trazado. La construcción, inspirada en la estación de Cercedilla (Madrid), se realiza a base de grandes piezas sin desbastar, para darle un aire de montaña, con cubiertas notablemente inclinadas de pizarra. Por su estética y proporciones, llama la atención por el contrapunto entre lo rústico del trabajo de cantería y lo elegante de su línea constructiva. Arcos y semiarcos con sus recercos resaltados con bloques de piedra almohadillados y grandes contrafuertes le confieren ese toque. Destaca la cubierta sobre todo el conjunto por su altura, que supone dos tercios del total del edificio. En los 90 fue reformada parcialmente y se suprimió la chimenea más pequeña.


9. Norte de Valladolid

Una de las terminales más luminosas del país, fue remodelada en 1991 sin perder la holgura y el aire de sus años de esplendor de la línea Madrid-Irún, denominada en tiempos pasados como ‘la Europea’. De la mano del ingeniero francoespañol Enrique Grasset y Echevarría y del arquitecto Salvador Armagnac corrió el proyecto de ejecución de lo que es hoy la estación de Campo Grande o del Norte, en Valladolid. Concluida en octubre de 1895, componía el proyecto un pabellón central, dos cuerpos laterales y dos pabellones extremos, siguiendo el esquema típico de las estaciones de la Compañía del Norte. Tres grandes puertas bajo arcos de medio punto se abren en el pabellón central, divididas por pilastras gemelas sobresalientes del paramento de la fachada y sostenidas dos a dos por un zócalo. La conjunción piedra-ladrillo domina la fachada. Sillería en el cuerpo central y cadenetas en los flancos de todos los pabellones, piedra también en las embocaduras de puertas y ventanas; lo demás, ladrillo prensado. Y, en el frontispicio y a ambos lados del escudo de la ciudad, jalonan las esculturas de la Agricultura y de la Industria, obra del artista madrileño Angel Díaz. El complemento de la cubierta de hierro sobre los andenes, con relojes en las cortinas de ambos extremos, provoca el recuerdo de la madrileñan de Príncipe Pío, ya que su factura (sistema articulado de cuchillas tipo Polonceau) es análoga. Las columnas que la soportan fueron fundidas en los talleres bilbaínos de Zorroza.


10. Zamora

Considerada por los especialistas ferroviarios una de las estaciones más bonitas de España, es una edificación tardía, si se compara con el resto de terminales de la lista. Las obras comenzaron en 1927, dirigidas por el Ingeniero Marcelino Enríquez, pararon en 1932, para volver a reiniciarse en 1935 y ser nuevamente detenidas durante la Guerra Civil. El edificio no vuelve a reactivarse hasta mediados de siglo y por fin fue inaugurado en 1958, un año después de ponerse en servicio la línea Medina del Campo-Zamora-Orense-Vigo (cuyas siglas MZOV perdurarían al margen de la actividad ferroviaria). Encarada al núcleo urbano, en su fachada de 88 metros puede contemplarse una caricatura de los Reyes Católicos, como gustan de asegurar los lugareños, que presumen de esta joya de la arquitectura. En las guías turísticas la definen como un edificio de inspiración renacentista cuyas arcadas y antepechos calados recuerdan al estilo gótico tardío. Reducida casi a su estado parafuncional de monumento, antaño su cantina gozó de gran fama nocturna, aunque mucho menos que el recibidor de ámbito romántico. El cuerpo central, de porte edilicio, delata la sobria arrogancia de las plazas mayores de Castilla, con el reloj y el escudo del colegio de Ingenieros de Caminos y Puertos, quienes diseñaron la estación.


11. Atocha

La estación de Atocha es un complejo ferroviario situado en las cercanías de la plaza del Emperador Carlos V. Hace las funciones de nodo ferroviario y es una de las más utilizadas del país en la primera década del siglo XXI. Surge como un simple embarcadero (inaugurado en 1851) que se amplía hasta convertirse en la estación del Mediodía (inaugurada en 1892), propiedad inicialmente de la compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA). A finales del XIX, el arquitecto Alberto de Palacio y Elissague –autor, entre otras obras, del Puente Colgante de Portugalete y colaborador de Gustave Eiffel- diseña una nave central de 152 metros de largo, 27 de altura y 48 de luz, al tiempo que técnicos de París planean la gran cubierta metálica que serviría de montera a la nave de vías y andenes. Esta estructura, sin precedentes en España aunque presente en la exposiciones universales, se construyó en Bélgica con el sistema de estructura rígida tipo De Dion. Con el objeto de adaptarse a las nuevas velocidades y caudales de tráfico, se realizó una profunda transformación en 1992 de la mano de Rafael Moneo, que la devolvió su antiguo esplendor. La antigua terminal se rehabilitó en el vestíbulo-jardín con funcionalidad de invernadero tropical, donde se pueden ver 7.200 plantas y 260 especies, que da acceso al resto de las dos estaciones que componen el complejo ferroviario. Desde entonces se conservan múltiples recursos decorativos, de cerámicas, hierro fundido, cantería de granito, primores de ladrillo, maderas interiores, caligrafías en las que se recuerda el origen del inmueble y, sobre todo, se mantiene su alegre diafanidad.


12. Almería

Fue la última capital andaluza en alcanzar el ferrocarril, pensando en sus inicios más para el transporte de mineral que para el tráfico de pasajeros. La estación se asienta sobre una especie de plataforma para evitar las avenidas periódicas de agua por las ramblas que atraviesan la ciudad hacia el mar, del que se sitúa tan solo a 8,28 metros. La fachada de 54 metros tiene un cuerpo central rematado por una marquesina metálica de forma piramidal y revestido de cristal sobre los bastidores en los testeros de ambos extremos. La Guerra Civil afectó a la integridad del edificio, pero la remodelación efectuada en 1988 permitió resaltar algunos de sus elementos característicos e históricos. Así, el reloj sobriamente enmarcado en labor de hierro, las carenas acristaladas en el interior de vestíbulo y un mural cerámico de Francisco Cañadas. En el curso de las tareas de remozamiento, quedó claramente esclarecido que la firma constructora de la cubierta metálica llevaba el sello de Fives-Lille. También son propios de esta construcción los azulejos de la facha principal donde ae repite la ‘A’ con el típico grafismo vasco en forma de txapela, lo que se considera un aporte de los artesanos de las tierras del Norte.

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